En México, el permiso de paternidad es de cinco días. Solamente cinco escasos días que serán contados a partir del día de nacimiento del infante o, en su caso, cuando reciba al menor adoptado.
Un relato de un padre alemán, que pidió su permiso de paternidad para cuidar junto a su esposa, a su bebé, se ha hecho viral, por mostrar todos los beneficios y aprendizajes que adquirió junto a su hija, con su permiso de 14 meses a repartir entre la pareja.
Sin embargo, lo que podría parecer suficiente para unos, para otros no lo es, y es que el pasado 27 de junio se aprobó una proposición de ley en el Congreso para ir ampliando progresivamente el permiso de paternidad hasta llegar a las 16 semanas en 2024.
¿Crees que en México se debería aumentar los días del permiso paternidad? Deja tu comentario y lee a continuación, el relato completo.
El primer día de mi baja por paternidad Amalia y yo acompañamos a su madre al trabajo. Allí le da de mamar una vez más y nos despedimos. Camino de casa vamos al supermercado, a la farmacia, y a hacer recados. Amalia va envuelta en una gran tela que me rodea el torso, apretadita contra mi pecho, plácidamente dormida. Las mujeres en el autobús, sobre todo las mayores, sonríen al vernos. Los hombres hacen como que no nos ven.
Cuando supimos que la baja por maternidad y paternidad en Alemania, Elternzeit, «tiempo de padres», es de hasta 14 meses a repartir entre la pareja, en seguida nos pusimos a organizarnos muy contentos. Mis amigos españoles, jóvenes y no tan jóvenes, me felicitaron al saberlo, sobre todo los que han sido padres, poseídos por una sana y alegre envidia.
Mientras que nosotros teníamos por delante unas 58 semanas, los permisos por maternidad de mis amigas españolas solo habían sido de 16 semanas. Los de paternidad, por su parte, solo habían durado dos semanas, y voluntarias, ampliadas a cuatro desde enero de 2017. El padre también tenía la posibilidad de intercambiarse con la madre, aunque finalmente muy pocos lo hicieron.
Padres y madres sí coincidían al preguntarnos cómo nos lo íbamos a repartir. Tanto mi pareja como yo queríamos pasar el máximo tiempo posible con Amalia, que solo iba a ser bebé una vez, y tampoco queríamos desvincularnos de nuestros respectivos trabajos. Decidimos hacer juntos el primer mes, en familia, y dividir el resto en dos mitades.
Todavía no sabíamos que, como en España, en Alemania tampoco es común dividirse el permiso a partes iguales. La duración media por permisos maternales es de 13,8 meses, mientras que la duración media por permisos paternales es de 3,7 meses, según las estadísticas de 2017. Estas cifras se están igualando, pero los hombres, si adoptan un permiso largo, siguen oyendo comentarios sexistas en su entorno. Así supe, por ejemplo, que algunos hombres llaman «vacaciones para padres» al permiso por paternidad, como si cuidar de un bebé no supusiera un trabajo, sino una excusa para no trabajar. «¡Quedarte en casa!» me decían otros sorprendidos… «¿Y tu mujer?».
Aquella fue la primera vez que me sentí cuestionado por mi género, algo que siempre me había parecido humillante, pero que nunca había vivido en mis carnes. Era un ataque doble, pues cuestionaba al mismo tiempo la conveniencia de que cuidara de mi bebé y el derecho de mi compañera a regresar antes a su vida profesional. Como otras veces, aunque me sienta cobarde al escribir esto, evité ser lo beligerante que habría querido. Insistí simplemente, a cada embestida, en que esa decisión era asunto mío y de mi pareja.
La primera mitad de nuestro permiso la tomaría la madre, por su vínculo con el bebé. Yo iría a trabajar, no sin imaginarme cada día cómo sería mi baja por paternidad: esos meses que pasaría viviendo tranquilito con mi bebé, en los que, además, mientras durmiera o jugara, podría disfrutar de un poco de tiempo para mí, mis proyectos, la escritura, el arte, etcétera. Pero la realidad resultó ser otra.
Cuando llegamos a casa, aprovechando que con Amalia atada a mi cuerpo tengo las manos libres, ordeno la compra y la cocina. «Bueno mi niña, aquí estamos», le digo dulcemente al desenvolverla del portabebés. Ella se despierta y rompe a llorar, como siempre que la sacamos del portababés, y su llanto llena de pronto la casa, la luz y el frescor mañanero.
La consuelo, le cambio el pañal. Jugamos. Luego se pone penosa. Bosteza y se restriega los ojos. La mezco con ternura, mientras repaso las cosas que tengo que hacer: limpiar el desayuno, ordenar, burocracias atrasadas… Cosas que me tocan a mí porque después de todo, soy yo el que «se queda en casa». Con suerte quizá hasta me dé tiempo a echarme yo mismo junto a ella a leer o escribir un poco. No se duerme. Tampoco quiere comer y cada vez que me alejo de ella, me llama insistentemente, con chillidos y llantitos. Empiezo a preguntarme qué hacer de las miles de cosas que puedes hacer con tu bebé. Tenía muchas pensadas… ¿Por dónde empezar?
Lo primero que me ha sorprendido de mi permiso por paternidad ha sido, como he dicho, ver cuestionadas mis capacidades y derechos por mi género.
Lo segundo es mi bebé mismo, el darme cuenta de que tiene una energía y una expresividad y un carácter que no le conocía. En los buenos momentos flipo. Y en los malos… flipo también.
Hasta ahora solo veía a Amalia apenas unos minutos por la mañana, feliz pero poseído por la bulla de tener que irme a trabajar, y a última hora de la tarde, ya cansados los dos, ella un poco llorona, yo algo gruñón, con el humor y la paciencia desgastados, pero feliz de volver a casa. Mi pareja entonces parecía también muy cansada, a veces más que yo. Entonces procuraba hacerle el relevo con la niña y con lo que quedara por hacer en casa… aunque me sorprendiera, pues era yo el que venía tras ocho horas de trabajar. Luego, estaban los fines de semana, pero entonces estábamos los dos para cuidar juntos de la niña, con el alivio de un día sin obligaciones.
Ahora, con días enteros para mi bebé, he descubierto que cuidarla, estar con ella, es estar con una persona mucho más compleja y exigente, que requiere mucha más atención, tiempo y energías de las que suponía. Por suerte los tengo y no son restos del día sino el tronco de mis horas y de mi potencial.
Lo tercero más sorprendente es que, de algún modo, no solo he descubierto a mi hija, sino que ella me ha descubierto a mí también. Hemos construido una conexión, una intimidad, una confianza, una complicidad en la que para ella todo es nuevo, y para mí, en cierta medida, también lo es. Porque junto a Amalia he descubierto las energías, la paciencia, el amor, la fuerza y la entereza que hay que tener para estar días enteros, uno tras otro, a solas con tu bebé, como único responsable de este y de la casa, sin que ninguna de las dos se te vaya de las manos: tener a la niña limpia, bien alimentada, descansada y segura para desarrollarse en paz, acompañarla y a la vez mantener el orden y la limpieza en la casa, la despensa controlada, la compra hecha, las comidas planeadas,… ¿Te olvidas de algo?… Sí, de ti mismo, de estar bien comido, bien aseado, vestido como te gusta, cosas buenas para la salud, el humor que de nos hacen gustarnos un poco más, a nosotros mismos y a los demás.
Son trabajos y esfuerzos que, en nuestro mundo machista, han hecho siempre las mujeres, muchas veces solas, incluso después de que sus parejas volviesen del trabajo. Mi madre, mis abuelas, mis tías, mis primas, mis amigas… mujeres, la mujer, generalizando, porque siguen siendo una aplastante mayoría, a las que ahora veo con otros ojos, por el enorme trabajo realizado y que tan poco se les valora, del mismo modo que veo con otros ojos a los hombres, por todo el trabajo que no realizarán y la experiencia que ya no va a enriquecerlos.
Desde el pasado 5 de julio, el permiso de paternidad se amplió una semana más en España. Ya vamos por las cinco semanas, intransferibles y no obligatorias. Y no es el único cambio a la vista. El pasado 27 de junio se aprobó una proposición de ley en el Congreso para ir ampliando progresivamente el permiso de paternidad hasta llegar a las 16 semanas en 2024.
Cuando vuelve mi compañera del trabajo no le importa que algunas cosas que tenía que hacer no estén. Se pone a ayudarme enseguida del mismo modo que yo la ayudaba cuando llegaba de mi trabajo. Nos miramos cómplices. Ella se ríe porque ahora sabe que comprendo aquel cansancio, yo, porque ella conoce los celos que siento por Amalia, que al verla llegar da saltos de alegría y agradecimiento entre mis brazos, como las daba cuando yo volvía del trabajo, aunque fuera ella la que se había pasado la jornada entera dándole su tiempo, sus energías y su amor.
Y aquí llega la última sorpresa y es que todo esto no ha hecho sino unirnos más como pareja, afianzando nuestra confianza en el otro para dejar las cosas en sus manos, seguros del respeto por el trabajo de cuidar de nuestros hijos, nuestra casa y nuestras respectivas vidas profesionales.
Con información de ElPaís
Periodista. Dedicada a la producción de material multimedia periodístico.