Mujeres transgresoras

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“He preguntado a muchos una definición de la mujer y nadie ha sido capaz de dármela;  le pregunto al Diablo y desvía la conversación para evitar confesar su ignorancia”.

Dostoievski

¿Cómo no inquietarnos frente a la figura de la mujer cuando en los últimos 50 años hemos visto más cambios en el imaginario femenino que en todos los milenios anteriores juntos? Incluso para Sigmund Freud, investigador en el campo del psicoanálisis, el asunto de la femineidad permaneció como un problema irresoluto al que dedicó varios de los escritos de los últimos años de su vida. La mujer permanecía para Freud como un «continente negro»[1] con una vida amorosa “envuelta en una oscuridad todavía impenetrable,”[2] a pesar de ser el primer hombre de ciencia en darle espacio a la palabra femenina, palabra siempre cargada de deseos, que admite en sí lo que en la mujer hay de sexual.

La transgresora griega

No es de extrañarse que el problema de la mujer hasta la fecha no haya obtenido una respuesta concluyente, pues es evidente que no hay una sola mujer. Cuando de ella se habla parece que se intenta describir una obra de arte; se podrán transmitir algunos matices del color o del sonido, y tal vez siempre desde lo propio, pero la imagen total permanece inaprensible. Pero es un tipo de mujer la que domina nuestros pensamientos en este escrito, aquella que envidiamos y censuramos: la mujer sexual, la mujer cuyo pensamiento traspasa las limitaciones de sus tiempos, la mujer que trasgrede la ley del hombre, y se guía por la ley de su propio cuerpo, por lo natural. ¿Quiénes mejor que Antígona y Clitemnestra para ilustrar esto? Antígona entierra a su hermano rebelándose en contra de la Ley del Padre pero siguiendo una ley natural. Hace lo mismo Clitemnestra, quien para vengar el sacrificio de su hija Ifigenia, debe matar a su esposo. En contraste, Orestes, hijo de Clitemnestra, la mata porque es su deber vengar la muerte del padre, muy a pesar de sí mismo y de su propio dolor. Mientras el hombre se rige por la ley del padre, la mujer sigue una ley natural, la ley del cuerpo.[3] Bien decía el investigador Kohlberg que la moralidad en la mujer es más relativa que en el hombre cuando en un estudio encontró que las niñas pequeñas robarían por darle de comer a un hambriento, mientras que los niños no lo harían.

El viejo Tiresias, profeta del drama edípico, también es cegado por su saber acerca de la sexualidad femenina.  Tiempo antes él había vivido en cuerpo de hombre y en cuerpo de mujer, y por ello Zeus y Hera deciden consultarlo sobre el placer del amor. Sin vacilar, Tiresias aseguró que, si el goce de amor se componía de diez partes, la mujer tenía nueve de ellas y el hombre una sola.  El placer está del lado de la mujer, contesta Tiresias.  Hera, al ver revelado el gran secreto de su sexo se encoleriza y castiga a Tiresias con la ceguera, y como resarcimiento, Zeus le concede el don de la profecía y la longevidad. Ver es gozar y ser, cerrar los ojos es morir y no ser.

De la diablesa a Eva

«Toda maldad es poca comparada con la de la mujer, la suerte del pecador caiga sobre ella» Eclesiástico XXXV (19)

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La tradición judaica cuenta que Eva no fue la primera mujer de Adán, sino que antes existió Lillith, creada por Yahvé del mismo barro que Adán, para ser su compañera, sólo que en vez de utilizar polvo fino, ella fue creada del sedimento y el barro sucio. Mujer libre, sin ataduras e independiente, Lillith fue entregada a Adán por esposa, pero de inicio las peleas no cejaron, pues ella menospreció su brutalidad, su incomprensión y su vanidad pueril. Le indignaba hacer el amor en posición supina, debajo de él y reclamaba igualdad de derechos al haber sido creada de la misma forma que él. Adán se forzó sobre ella y ella pronunció el nombre del Inefable y se elevó por los aires, sobre Adán, dejándolo sólo con su ego. Tres Ángeles fueron mandados por Yahvé a las orillas del Mar Rojo a recuperarla pero ella se negó a regresar al lado del egoísta Adán. Cuenta la historia que Yahvé dio a Lillith por esposo a Samuel —Lucifer— y así fue la compañera del portador del rayo siendo ella la diablesa encargada de matar a los recién nacidos que no portaran el nombre de Dios. Así es como fue condenada por Yahvé a perder cien hijos demonios por día, y a representar la oposición al matrimonio y a los hijos —en Grecia hay una figura similar representada por Lamia—

Según la Cábala, cuando el creador formó el cuerpo de Lillith no tuvo suficiente material para terminar el cerebro, por lo que arrancó sus partes sexuales y modeló el cerebro, transfiriendo así la sexualidad a un plano esencialmente psíquico: Y es éste el nacimiento del erotismo. Al ver fallado su plan y ante los reclamos de Adán, Yahvé le hace otra mujer mientras Adán mira; la construye de adentro hacia fuera, comenzando por los huesos, los órganos internos, para terminar con la piel. Cuando por fin termina, Adán no se siente ni mínimamente atraído hacia ella y la rechaza. Esta mujer desaparece y no se sabe más de ella. Después Eva nace de la costilla de Adán mientras él duerme y es nombrada por él; ella le debe la vida y el nombre, y será siempre dependiente de él, para evitar la repetición de la historia con Lillith. Sin embargo, Eva es curiosa —eso determina su condición femenina—, y cuando la serpiente le dice que comiendo el fruto «se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal», Eva no tiene más remedio que comer del fruto y ofrecérselo a Adán. Yahvé la sentencia: «con dolor parirás a tus hijos y, no obstante, tu deseo te arrastrará a tu marido que te dominará». El ser humano es arrancado del paraíso, y la mujer sometida al dominio del hombre.

Más mitología

«Por la mujer comenzó el pecado y por ella moriremos todos»  Eclesiásticos XXV (13-26)

Pandora es la primera mujer en la mitología griega, y es dada por Zeus a Prometeo como castigo por haberse robado la luz de los Dioses para el hombre que él había moldeado con arcilla. De la misma forma que Eva pierde a Adán y a toda la humanidad, Pandora abre la ánfora que Zeus le da como regalo de bodas y que le pide nunca abrir, destapando todos los males y desgracias que asolan al mundo. Eva y Pandora, por su curiosidad inherente y su necesidad de preguntarse qué hay más allá, traen consigo aquello esencial al ser humano: la mortalidad, el sufrimiento, la enfermedad, fenómenos que sin duda constituyen la fuente de la cultura y de lo propiamente humano; la inteligencia y el progreso. Ellas son las que apartan al ser humano de la puerilidad y del egocentrismo, de lo propiamente instintivo y animal. Pandora deja salir la maldad y Eva toma lo prohibido; a través de ellas, y de la rebelión de Lillith, nace el mal.

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Lo anterior justo implica saber acerca de la diferencia entre el mal y el bien. En la tradición, el mal ha sido representado por Lucifer, cuyo nombre significa «portador de la luz» —lux ferre—. En ese sentido el saber civilizador es siempre equiparable al mal, como es el caso de Prometeo, quien fue castigado por portar el conocimiento de los Dioses al hombre, así como ellas: Lillith, Pandora, Eva.

No nos extrañe que a partir de ahí, la mujer trasgresora, aquella que sabe de sí y del mundo, aquella que se ubica en su sexualidad y se aparta del rol tradicional de dependencia y sumisión al paradigma patriarcal, haya sido tan perseguida y vilipendiada.  A partir del siglo XV comienza el aquelarre que lleva a millones de mujeres a su muerte, acusadas de brujas y herejes, por las razones más frugales. La iglesia publicó en 1486 el documento llamado Malleus Maleficarum —martillo de brujas—, que era la Biblia de los cazadores de brujas dentro de la iglesia, y según la cual la mujer es emocionalmente inmoderada e inmadura, con apetitos carnales insaciables, más crédulas y charlatanas, y menos inteligentes que los hombres, habitualmente embusteras y más propensas a vengarse mediante la brujería. Y no nos olvidemos de los procedimientos de la cacería de Brujas en Salem. Los autores afirman: el mal está del lado de la mujer. Así, el ser una mujer independiente, investigadora, conocedora, o incluso únicamente pelirroja, eran razones suficientes para morir en manos de la inquisición, acusadas muchas veces por la difamación y envidia de otras mujeres.

Y en este pequeño pedacito de historia hay alguien qué pueda identificarse. Bien dicen que la diferencia entre una hechicera y una bruja son sólo unos cuantos años de matrimonio! —las cifras varían—.  A partir de ahora cuando a alguna mujer le llamen «chismosa», se deberá mejor pensar «curiosas», y sentirse agradecida de que sus antecesoras le hayan dado lo que de humano hay en ella. Cuando la llamen «bruja» podrá más bien pensarse como la mujer trasgresora que día con día reinventa la historia misma de la humanidad entera.

[1] Freud, S. (1926).  ¿Pueden los Legos Ejercer el Análisis?  Obras Completas, tomo XX. Argentina: Amorrortu (1978).  Pág. 199.

[2] Freud, S.  (1905).  Tres Ensayos de Teoría Sexual, Obras Completas, tomo VII.  Argentina:  Amorrortu (1978).  Pág. 137.

[3] Schreck, A. (1998). Reflexiones en torno a la sexualidad femenina.   Publicado en psiconet: www.psiconet.com/mexico/articulos/art21.htm en 2002.

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