A continuación, los dejo con las palabras del psicoanalista Miguel Ángel de León Miranda (Miguel@iskalti.com), Director de Iskalti que los invita a sus conferencias para padres:
¿Tienes hijos? ¿Los planeaste? ¿Los deseaste? ¿Los disfrutas o los sufres?
Cuando logras conectar con el deseo de convertirte en padre o madre, entiendes que saber cuándo proteger, cuándo guiar o cuándo acompañar a tus hijos puede ser la clave para graduarte de manera efectiva en tu función parental.
Al ejercicio de la parentalidad se puede llegar por elección, pero también por casualidad u obligación, entendiendo que no basta con la capacidad biológica para ostentar el título de padres, porque ser padres por circunstancialidad más que por deseo puede resultar un verdadero tormento.
El doctor Luis Féder decía que la causa última de la violencia eran los hijos no deseados o los “abortos arrepentidos”. Sostenía que un hijo no deseado despierta en su interior un deseo de venganza por el impacto de haberle negado el amor.
Investigaciones como el famoso estudio de Praga en donde se dio seguimiento durante 35 años a 220 niños nacidos entre 1961 y 1963 de mujeres a quienes se les negó en dos ocasiones el permiso para abortar al mismo hijo dan soporte a ésta tremenda afirmación del doctor Féder.
En dicho estudio se concluyó que, al hacer un análisis comparativo entre estos niños y la muestra de hijos deseados, “todas las diferencias perjudicaron a los participantes que eran producto de embarazos no deseados, especialmente los hijos únicos.
Pasaron a ser pacientes psiquiátricos (en particular pacientes internos) con más frecuencia que los controles producto de embarazos aceptados y también con más frecuencia que sus hermanos o hermanas.
Los resultados generales sugieren que la denegación del aborto en casos de embarazo no deseado implica mayor riesgo de desarrollo psicosocial y bienestar mental negativos en la adultez” (2006 Reproductive Health Matters).
Este crudo planteamiento nos debe lleva a cuestionar “los avances del nuevo siglo”. Se supone que somos más civilizados, que dejamos atrás la época de las cavernas, que el hombre es más humano.
Sin embargo, cada que sabemos de un secuestro, un asesinato, un fraude gestionado por políticos, es imposible no pensar ¡Qué poca madre! y tendríamos que agregar… ¡Qué poco padre! ¿Quién y cómo criaron a estas personas? ¿Qué ha pasado con los padres de ésta gente? ¿Por qué los hijos del planeta tierra lo siguen destruyendo?
Ejercer la parentalidad, que es la capacidad y decisión psicológica y emocional de convertirse en padre o madre, confronta con saber responder a una época en la que los humanos y su creatividad muestran dos caras; porque vivir en esta época de tantos avances fantásticos tiene en la creatividad su lado constructivo, pero paralelamente y muy de cerca su lado destructivo.
Esta paradoja de la creatividad de nuestros tiempos, confunde a los padres y les lleva a ser omisos cuando no saben hasta dónde deben prohibir y permitir.
Parados en un momento histórico en que parece que “nada es verdad, nada es mentira, porque todo depende del color del cristal con que se mira” esta relatividad y posibilidad de poder todo y sin límites nos plantea un reto a quienes estamos decidiendo poblar el planeta con nuevos seres humanos y prepararnos para ejercer tan importante función. Aquí tres reflexiones finales a propósito del título de este ensayo:
Los primeros años de vida (0 a 11), es un período en el que la función parental protectora, conlleva tomar a tus hijos de la mano e involucrarte de manera directa en su terreno emocional, social, escolar, sexual y físico entre otros.
Aquí y solo en este período – entendiendo que conforme crecen los hijos hay que irse relajando – se justifica una participación menos diferenciada, en la que particularmente en fases tempranas se puede considerar conveniente que un padre o madre decodifique algunas situaciones o emociones, elija por sus hijos y procure una dependencia que durará mientras los hijos van aprendiendo a identificar y entender emociones o sensaciones, que en su futuro les permitirán tomar decisiones enfocadas a procurar su crecimiento y cuidados de sí mismos.
Entre los 11 y 16 años (idealmente) es un período en el que se sugiere tan solo la guía de los padres, entendiendo que esto implica una participación mucho menos pro-activa de papá y mamá, proponiendo directrices, sin dejar de imponer aún algunas reglas o valores fundamentales, como podría ser la prohibición del consumo de alcohol u otras sustancias que dañan al cerebro en formación.
En este período puede resultar razonable que en algunos momentos se tomen decisiones por los hijos, incluso prohibirles tajantemente algunas cosas, dejando claro lo que es negociable y lo que no. Esta tarea seguramente demandará de varias horas o días de charla y confrontación sana. Lo que significa que el adulto debe saber debatir, sin vomitar su enojo o desesperación, siendo más maduro que el menor.
Este proceso brinda la oportunidad de modelar lo que hace una autoridad sana, madura, flexible, lo que coadyuvará en la construcción de esa parte de la estructura mental de los hijos que sentará sus principios morales y valores.
Entre los 17 y más, el acompañamiento representa un acto de confianza y respeto, en el que idealmente se cosechará lo sembrado. La autonomía lograda por un hijo obliga a reducir los actos de autoridad. Sin embargo, no hay que olvidar que entre mayor autonomía muestre un hijo, la autoridad debe reducir ¡A fuerza!, porque de no hacerlo dañaras su crecimiento, pero, mientras menor autonomía muestre un hijo, la autoridad debe aumentar, aunque el hijo tenga 20 años. Porque en los actos de pobre autonomía un hijo está diciendo, aun no estoy listo para mi libertad.