La historia de uno de los líderes más carismáticos de Alemania inicia en el año de 1913, cuando nadie se imagina siquiera que un joven pintor austríaco, pobre, huraño y poco agraciado físicamente será la mente diabólica que dirigirá la guerra más destructiva y sanguinaria hasta nuestros días.
Efectivamente, estoy hablando de Adolfo Hitler. Hijo de un aduanero, su infancia transcurre en Linz y su juventud en Viena. La formación escolar que recibe es escasa y más bien autodidacta. Entre 1907 y 1913 sus inclinaciones artísticas y el deseo de convertirse en pintor se ven aniquiladas.
A causa de esto, vive como vagabundo en Viena, una ciudad cosmopolita, donde la vitalidad intelectual y multicultural es algo que no comprende. Gestando así su antisemitismo y su conversión al nacionalismo germánico.
Hitler huye del Imperio Austro-Húngaro para no prestar servicio militar. Se refugia en Múnich, entra al ejército alemán y participa en la Primera Guerra Mundial como soldado, entre 1914 y 1918. Tiempo durante el cual refuerza su concepción de la vida como “una lucha constante y brutal”.
La derrota alemana sume a Hitler en un desconcierto que sólo un rencor irracional puede aliviar. El deseo de venganza contra los supuestos enemigos de la nación germana se convierte desde entonces en su motor de vida. Y es precisamente esa capacidad de odiar lo único que conserva dos décadas después, cuando se convierte en el líder que todos conocemos.
Estas ideas lo llevan a la política en el año de 1919, con un ideario de reacción nacionalista y un marcado rechazo al nuevo régimen demócrata de la República de Weimar, a quien acusa de haber traicionado a Alemania al aceptar las humillantes condiciones de paz con el Tratado de Versalles.
De regreso a Múnich, Hitler ingresa en un pequeño partido ultraderechista, del que pronto se vuelve el dirigente principal y al que rebautiza como Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes. El cual se declara nacionalista, antisemita, anticomunista, anti liberal, antidemócrata, antipacifista y anticapitalista. Factores que alimentan los temores de la clase media alemana ante la incertidumbre de la posguerra.
En 1923, Hitler fracasa en un primer intento de tomar el poder desde Múnich, con apoyo de las milicias armadas de Ludendorff. Es detenido, juzgado y encarcelado, aunque sólo pasa 9 meses en la cárcel. Tiempo que aprovecha para escribir sus ideas políticas extremistas en un libro de titula Mi lucha.
A partir de 1925, Hitler reconstruye el Partido Nacionalsocialista, expulsando a sus posibles rivales y se rodea de un grupo de colaboradores fieles como Goering, Himmler y Goebbels. La crisis económica que arrastra Alemania desde 1929 y las dificultades políticas de la República de Weimar, le dan una audiencia en aumento entre los desempleados y descontentos, que quedan hipnotizados con sus discursos donde promete que él terminará con todo eso.
Con la combinación de la lucha política legal con el uso ilegítimo de la violencia en las calles por medio de sus seguidores, los nacionalsocialistas o nazis, Hitler gana peso electoral hasta que es nombrado jefe del gobierno por el presidente Hindenburg, en 1933. Esto es importante destacar, porque en sus intentos pasados, Hitler nunca logró ganar en las elecciones.
Desde la Cancillería, Hitler destituye el régimen constitucional y lo sustituye por una dictadura de partido único basada no en el partido, sino en su poder personal. Con esto se inicia el llamado Tercer Reich, un régimen totalitario basado en un nacionalismo exacerbado y en la exaltación de una superioridad racial sin fundamento científico alguno.
Una vez que muere Hindenburg, Hitler se autoproclama Führer o Caudillo de Alemania. Somete al ejército a un juramento de fidelidad, inicia una represión sangrienta en contra de los disidentes, incluso entre las propias filas nazis, e instaura un control policial total de la sociedad.
Las Leyes de Núremberg, instauradas en 1935 con un marcado sentido racista, dan pie a la persecución y exterminio sistemático de los judíos europeos a partir de 1939. Gran parte de la política internacional de Hitler es la clave en su promesa de reconstruir Alemania, desviando la atención de los conflictos internos hacia una acción exterior agresiva.
Simpatizante de la dictadura fascista italiana de Mussolini, también ayuda a Franco en la Guerra Civil Española de 1936, que será sin duda un ensayo para su propia guerra mundial. Completa sus alianzas con la incorporación de Japón en la alianza antisoviética en el llamado Pacto Antikomintern, para formar después el Eje Berlín-Roma-Tokyo, en 1937.
Pero, ¿qué hace que Hitler se convierta al paso de 20 años en un líder tan poderoso que incluso lleva a buena parte de Europa, Asia y América a la guerra?
Su triunfal ascenso al poder se basa en sus habilidades retóricas. Y algo que no debemos olvidar, sobre todo ahora que estamos en tiempos de campañas electorales, es que Hitler predica para gente que está desesperada. Su nacionalismo regenerador encandila a los jóvenes, que consideran que es el momento de forjar una nueva Alemania.
El maniqueísmo y aparente seguridad en sí mismo contagia a sus seguidores de confianza y de agresividad contra los que no están de acuerdo con él, contra los que no piensan que él es la clave del cambio y de la salvación de Alemania. Y es cuando utiliza a los judíos para convertirlos en los responsables de todo y tener en quién concentrar todo el odio.
Consciente de su poder para hipnotizar a las masas, Hitler se construye un pasado heroico y se presenta como un visionario y casi profeta. Ofrece a los alemanes algo que necesitan urgentemente: la esperanza de mejorar y alcanzar la plenitud en una etapa de crisis total.
Por increíble que parezca, buena parte del pueblo germano lo sigue, aún sabiendo que su objetivo es destruir el sistema democrático y ejercer actos de violencia criminal. Si como político es un ser enfermo de poder, cada vez más debido a sus múltiples fracasos para alcanzarlo, como canciller usa sin escrúpulos todos los mecanismos del Estado para convertirse en “objeto de veneración para millones de personas.”
Puntos centrales para entender el liderazgo negativo de Hitler son: su habilidad para manejar el odio de los habitantes, sus decisiones solitarias, su radicalismo, la puesta en escena de los mítines, su fuerte conexión con las masas, su audacia y la facilidad de prometer.
En este periodismo de vida, hoy te cuento la historia y sobre todo el perfil de una mente criminal, que bajo la apariencia de un salvador del pueblo se convirtió el el líder más poderoso de casi un continente completo. Hitler fue un líder indudablemente, pero un líder negativo que logró utilizar esas habilidades para alcanzar un poder absoluto.
Según el sociólogo alemán Max Weber, el liderazgo se divide en tres tipos que van desde el más cómodo; el más tenaz y comprensivo; hasta los que son opresivos y tiránicos. En palabras simples, el líder es aquél encargado de guiar a otras personas por el camino correcto para alcanzar objetivos específicos o metas que comparten con esta persona.
Hoy te pregunto a ti que me escuchas en ¡Qué tal, Fernanda!, ¿conoces líderes negativos? ¿Hay en tu vida personal o laboral este tipo de personajes? Escríbeme a las redes sociales de QTF y comparte tus opiniones.
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