Deportados

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El ruido de los autos ensordece el ambiente…

Cientos de personas cruzan de un lado a otro, sin darse cuenta de lo que ocurre…

Guadalupe da un paso en falso y el vértigo es inevitable.

Más de 30 metros lo separan del piso, de aquél mar de automóviles que avanzan con lentitud.

Desde su posición, Guadalupe siente que todo es más pequeño: los autos, la gente, los edificios.

Mira sus tenis desgastados, rotos, cubiertos de polvo.

Sus pies son pequeños, apenas lo necesario para no perder el equilibrio en los escasos 15 centímetros de la cornisa en que está parado.

Una brisa de aire caliente golpea el rostro de Guadalupe.

Una cachetada cálida que lo devuelve a la realidad.

Los autos, la gente, la frontera con Estados Unidos… Todo se ve más real, más cercano.

El miedo se apodera de su cuerpo, que paralizado, empieza a temblar sin control.

Apenas hace unos minutos regresó a su país, a México, a este lado de la frontera donde todo se ve distinto.

No lleva ni media hora y Guadalupe ya siente que su vida no tiene un futuro prometedor.

Después de varios años en Estados Unidos, ese nuevo presidente del que todos hablan con maldiciones, lo regresó a México.

“Estábamos mejor con Obama”, Guadalupe escuchó decir a sus compañeros jornaleros. Justo una semana atrás, cuando no se esperaba que de un momento a otro, sería deportado.

Un grito aterrador hace que Guadalupe mire hacia abajo.

“¡Se va a tirar, llamen a la policía, que se va a tirar!”, grita una mujer que lo ha observado todo, desde que Guadalupe saltó la valla del puente y consiguió pararse en la cornisa lateral.

Esta mañana, Guadalupe fue sorprendido por agentes de inmigración de los Estados Unidos.

Guadalupe explicó que Obama les dio permiso de trabajar, o algo así le dijeron sus compañeros que tampoco tienen visa.

Los agentes contestaron a Guadalupe que ahora las cosas son distintas.

En menos de una hora, Guadalupe fue obligado a cruzar la frontera y regresar a su país.

De este lado, ya no supo qué hacer. En los Estados Unidos dejó una mujer y una hija.

“¡Se va a tirar!”, gritan nuevamente a lo lejos. Ahora son más las personas que miran a Guadalupe.

Antes de que un agente fronterizo se acerque, Guadalupe salta del puente.

Guadalupe Olivas Valencia, de 45 años y originario de Sinaloa, se convirtió en noticia a nivel nacional cuando en febrero de este año se suicidó, arrojándose del “Puente México”, a escasos metros de la frontera de Tijuana con San Ysidro, California.

Agentes de la policía y del Instituto Nacional de Migración acudieron al lugar, pero ya era demasiado tarde. Guadalupe fue llevado al hospital aún con vida, pero falleció debido a una fuerte contusión en la cabeza y un paro cardiorrespiratorio.

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Era la tercera vez que lo deportaban. A un lado del cuerpo de Guadalupe, también encontraron una bolsa de plástico con sus pertenencias, de esas bolsas que entrega la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos cuando deportan a inmigrantes ilegales.

Bajo la presidencia de Obama, las deportaciones expeditas sólo fueron utilizadas dentro de un límite de 160 kilómetros de la frontera, para gente que había estado en el país por un periodo no mayor a los 14 días. Ahora, incluye a quienes han residido en el país hasta por dos años, y podrán ser detenidos en cualquier estado del país.

¿Y qué ocurre con todas las personas deportadas? ¿Qué pasa con esos papás y mamás, que son separados de sus hijos, de sus parejas? Pues que se quedan en las ciudades fronterizas mexicanas. Se quedan en espera de volver a cruzar a Estados Unidos, con la esperanza de reunirse nuevamente con sus familias.

Según datos del Instituto Nacional de Migración, desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, han sido deportados más de 59 mil mexicanos.

La Unidad de Política Migratoria, de la Secretaría de Gobernación, reportó más de 200 mil deportados en 2016. Pero en los módulos de repatriación apenas se dieron 175 mil 320 raciones de agua y alimento. Es decir, que no todos obtuvieron comida y bebida.

Los deportados llegan a México bajo una situación de desprotección e incluso son presas de varios peligros como el crimen organizado y los policías corruptos.

Si tienen un contacto de este lado de la frontera les puede ir más o menos bien, pero si no, tienen que estar dando vueltas. A veces les indican que acudan a los albergues, pero no alcanzan un lugar y se quedan en la calle.

También los criminales engañan a los repatriados con la promesa de cruzarlos de nuevo a Estados Unidos, pero los secuestran o reclutan para sus delitos.

Esta semana hablamos en QTF del asilo político, hablamos de la cumbre de la OEA en Cancún, de los presos políticos. Y se ha dicho mucho de las políticas migratorias de Donald Trump. Pero los medios informativos parecen olvidar lo que pasa con esos miles de deportados, con esos miles de centroamericanos que se quedan en las ciudades fronterizas esperando una oportunidad para cruzar a Estados Unidos.

Y ojo, porque tenemos un gran tema de inseguridad, de alza en los niveles de violencia, del crimen organizado. Hablamos de un tema de gente muriendo de hambre, robando para sobrevivir, de maleantes que se aprovechan de estos deportados.

Tenemos un tema que bien debería ser atendido por nuestros gobernantes y difundido por los medios de comunicación. No podemos voltear la mirada y criticar lo que pasa del otro lado, si tampoco nos hacemos cargo de lo que ocurre en casa. Si no somos conscientes de la problemática social en nuestras ciudades fronterizas nunca vamos a poder solucionar el problema migratorio.

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A mí me gusta México, y me gusta mucho. Pero me da tristeza verlo en estas condiciones y por eso hablamos en el periodismo de vida de lo que nos preocupa, de lo que te preocupa a ti, que vives en la frontera. Porque yo también soy habitante de este país.

Hablamos de lo que se tiene que hablar porque tenemos una responsabilidad como medio de comunicación, pero sobre todo como mexicanos que no queremos ver así a nuestro país, a nuestros compatriotas. Por eso decimos la verdad, exigiendo que se lleven a cabo más acciones y menos promesas de campaña.

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