Cerro de las Campanas

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Por la ventana enrejada se ve la oscuridad de la noche.

Aún no amanece y Maximiliano ya está de pie.

Su criado húngaro, Tüdos, lo ayuda a vestirse por última vez.

Para esta ocasión, su atuendo dista mucho de aquellos trajes elegantes que solía llevar en los días que ostentaba el título de Emperador de México.

Hoy sólo viste una camisa blanca, un chaleco, pantalón oscuro y una levita larga.

Se confiesa con el padre Manuel Soria y Breña.

Después escucha misa en la capilla del convento con otros prisioneros.

A las 6:30 de la mañana, el coronel Miguel Palacios se presenta con una fuerte escolta.

Maximiliano le dice con buen temple: “Estoy listo”.

En la calle, tres carruajes alquilados los esperan y parten rumbo al Cerro de las Campanas, en la Ciudad de Querétaro.

En el trayecto es custodiado por tropas del Ejército del Norte. Al frente va un escuadrón de caballería de los Cazadores de Galeana. Y detrás marcha el Primer Batallón de Nuevo León.

Cuando llegan, los reciben cuatro mil soldados del Ejército Republicano, desplegados al pie del Cerro de las Campanas.

Para ese entonces, ya son las 7 de la mañana y el sol brilla imponente en un lienzo azul claro.

Maximiliano mira el cielo y dice: “Es un buen día para morir”.

Con paso firme, se coloca frente al muro de adobe. Da un abrazo a sus compañeros condenados y pide al general Miramón que se coloque al centro, diciéndole: “General, un valiente debe ser admirado hasta por los monarcas”.

Frente a los prisioneros, esperan tres escuadras de siete tiradores cada una. Su jefe es el capitán Simón Montemayor, de 22 años.

Como una petición especial, el emperador Maximiliano solicitó que se eligieran buenos tiradores y que apuntaran al pecho.

Los soldados preparan sus rifles Springfield de un solo tiro, fabricados en Harper’s Ferry, en Virginia, Estados Unidos.

De acuerdo con la leyenda, fueron fusilados los principales generales del imperio cuyo apellido empezaba con M: Maximiliano, Miramón y Mejía.

Antes de recibir los impactos mortales, Maximiliano entregó una moneda de oro a los soldados del pelotón.

El archiduque Fernando Maximiliano José María de Habsburgo, separó su rubia barba con ambas manos, echándola hacia los hombros para mostrar el pecho donde debían parar las balas.

Un soldado, de nombre Aureliano Blanchet, disparó el tiro de gracia en el corazón del emperador.

Su cuerpo fue embalsamado en Querétaro y llevado posteriormente a Austria en la fragata Novara, en 1867. Irónicamente, tres años antes esta misma embarcación trajo a Maximiliano y Carlota a México.

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Este acontecimiento es parte de la historia de nuestro país, de la historia que ha hecho del Cerro de las Campanas uno de los lugares emblemáticos en México.

Esta colina ubicada en la ciudad de Querétaro recibió el nombre de Cerro de las Campanas por el sonido semimetálico, similar al emitido por las campanas, cuando las rocas chocan entre sí. Por eso, se les denomina “fonolitas”, que significa: piedras sonoras.

Pero fue el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo, ocurrido en este cerro, lo que le dio un lugar preponderante en la Historia de México.

El 15 de mayo de 1867, el general Mariano Escobedo capturó a Maximiliano junto con las pocas tropas de Francia y conservadoras que aún le quedaban al emperador. Después de ser juzgado en un tribunal de guerra, Maximiliano fue sentenciado a muerte.

Después del fusilamiento se colocaron tres montones de piedras con cruces de vara, que más tarde se cambiaron por cruces de madera. Cruces que se encuentran actualmente en el Museo de la Magia del Pasado, en este mismo Cerro de las Campanas.

En 1886 se levantó un sencillo monumento de cuatro columnas con rejas de hierro, en cuyo centro se encontraban los nombres de los fusilados en piedra de cantera. Pero cuatro años más tarde, reanudadas las relaciones con Alemania, se construyó la capilla con estilo neogótico que lleva el nombre del archiduque Maximiliano.

Para 1967, parte del cerro se declaró parque nacional y se construyó una explanada de cantera de 53 metros de diámetro con balaustrada en el perímetro. Y el 15 de mayo de ese mismo año se inauguró el monumento a Benito Juárez de 13 metros de altura.

Pero hay algo más que hace de este lugar una referencia obligada para conocer, que conjunta lo histórico, lo religioso, el museo y lo educativo, y es que este maravilloso cerro también alberga parte de la Universidad Autónoma de Querétaro.

El Cerro de las Campanas es un legado de México para los millones de turistas que han estado en este lugar y han podido visitar la capilla de Maximiliano, el Museo de la Magia del Pasado, el parque nacional y la Universidad Autónoma de Querétaro.

Hay lugares mágicos en todo nuestro territorio nacional. Lugares que a veces no conocemos y que están más cerca de lo que pensamos.

Ahora que estamos a pocas semanas de iniciar el periodo vacacional, dense la oportunidad de conocer lo nuestro, nuestra historia, nuestra riqueza cultural. Y Querétaro es uno de los muchos estados que vale la pena visitar, y por supuesto, conocer su Cerro de las Campanas.

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Disfrutemos lo que hay en nuestro país, los colores, la música, las tradiciones, el calor y la amabilidad de nuestra gente. Disfrutemos y descubramos que dentro de México hay infinidad de pueblos mágicos, de leyendas y mezcla de culturas.

Todo eso que nos convierte frente a la mirada internacional, como uno de los países favoritos para conocer.

¿Te animas a descubrir toda la historia que alberga el Cerro de las Campanas? ¿Qué tal si en estas vacaciones te das una vuelta por aquí?

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